Hoy es viernes, el día de la compra para muchos de nosotros. Y pensando en compras y en la costumbre actual de hacerlo en grandes superficies y supermercados no puedo menos que recordar con nostalgia las ya escasas ocasiones en las que tengo la oportunidad de hacerlo en un mercado de los de toda la vida.
No es cuestión de ser fotógrafo o que te apasione la fotografía. Es una cuestión personal, de estilo de vida y de mi forma de entenderla. Me encanta la vida que desprenden los antiguos mercados, los tradicionales, ya sea en Vilanova i la Geltrú, en Shanghai o en Estocolmo. Me encanta desaparecer durante horas y disfrutar de los olores, los colores, las conversaciones, los gritos, el ir y venir de la gente, de los comerciantes. Son apasionantes. Comprar alguna cosilla que te llama la atención y no has probado nunca, dejarte aconsejar por el mejor producto fresco del día, dejar que tus sentidos te guíen de un lugar a otro y olvidarte de los productos envasados de los hipermercados que saben a porexpan.
Por cierto, ¿alguién sabría identificar el mercado de la foto? Es uno de mis favoritos y os daré un par de pistas: fué construido en 1844 en honor a la Reina Victoria, renovado en 2004 y está en una isla. Es una maravilla para los sentidos.
Desde hoy, pido que la UNESCO cree una nueva categoría en la que los mercados sean Patrimonio Universal de la Humanidad. Ala, con dos cojones!
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